jueves, 22 de marzo de 2012

LA BATALLA DE LAS NAVAS DE TOLOSA

La fecha del 16 de julio puede evocar distintos acontecimientos: para unos puede señalar su propio cumpleaños o el de un ser querido, para otros el inicio de unas esperadas vacaciones de verano, y a algunos les provocará un leve desagrado pensando en el asfixiante calor que suele hacer ese día. Pero hay un hecho en nuestra historia que debería convertir esa fecha en un referente para todos los españoles: el día 16 de julio del año 1212 , en el término municipal de Santa Elena, se desarrolló un hecho trascendental en nuestra historia: la Batalla de Las Navas de Tolosa.

Yo he realizado un total de cuatro visitas a distintos emplazamientos que tuvieron que ver con aquella batalla, y en todas las ocasiones la emotividad se me ha disparado, pensando que en aquéllos lugares, hace ocho siglos, se enfrentaron casi 150.000 soldados almohades contra unos 80.000 soldados cristianos, sembrando el campo de sangre, dolor y muerte. Hace unos pocos días efectué mi última visita a ese territorio que destila historia por cada roca en la que se pudo sentar a descansar un soldado, cada arroyo en el abrevaron un caballo, cada cerro desde el que otearon el horizonte para adivinar los movimientos del enemigo.

Al abandonar la autovía de Andalucía y tomar la estrecha carretera hacia Miranda del Rey ya encontramos el primer punto de interés: el museo. Se trata de un moderno edificio en el que se pueden ver réplicas de armas utilizadas por los contendientes, así como una gran maqueta en la que se muestran los movimientos de las tropas durante la batalla. Pero quizá lo más sobresaliente del edificio sea la terraza, desde la que se puede contemplar todo el campo de batalla y la ruta seguida por los cristianos para llegar hasta él.



A la izquierda, el Cerro de los Olivares, en el que algunos dicen que Al Nasir tenía su tienda, rodeada por los imesebelen, soldados fanáticos que permanecían atados entre sí con cadenas y sujetos al suelo con estacas, por lo que sólo les quedaba luchar hasta morir defendiendo su posición. Esas cadenas que las tropas navarras rompieron en su asalto a la tienda del califa, y que según la leyenda fueron incorporadas al escudo del entonces reino de Navarra, y posteriormente al cuartel inferior derecho del escudo de España.

De frente encontramos el Llano de las Américas, en el que se desarrollaron los principales movimientos tácticos de la batalla. No cuesta mucho imaginar las prietas filas formadas por la caballería pesada de los cristianos, con gigantescos caballos bretones, preparados para soportar el peso de los caballeros y sus armaduras, avanzando en medio de un ruido atronador. Frente a ellos, los estilizados y ligeros caballos de raza árabe, utilizados para realizar rápidos movimientos envolventes, montados por hábiles jinetes con armamento ligero.

Detrás del llano, la pequeña elevación de la Mesa del Rey, en la que tenían su campamento los reyes cristianos Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra, acompañados por el Arzobispo de Toledo. Desde esa elevación presenciaron el devenir de la batalla y en un momento dado, en el que el desenlace era incierto, Alfonso VIII le dijo al prelado: Arzobispo, vos y yo aquí muramos, ordenando después el último ataque; porque quiero apuntar que en aquellos tiempos, a diferencia de ahora, los que planificaban y dirigían las guerras también intervenían en las batallas, resultando mucha veces heridos, muertos o apresados por el enemigo.

La bandera de Castilla ondea en la Mesa del Rey.
Al fondo la muralla de Sierra Morena recorre el horizonte de Este a Oeste, pudiendo apreciarse la vaguada del Puerto del Rey y a la derecha, la Peña de Malabrigo, recorrido que siguieron las tropas cristianas para llegar a la antes mencionada Mesa del Rey, siendo guiadas por un pastor, con lo que consiguieron evitar a las tropas musulmanas que les esperaban en las Navas de la Losa.

Mi objetivo era llegar hasta el vértice geodésico situado en la Peña de Malabrigo, a 1.159 metros de altitud, en un recorrido de unos 16 kilómetros en total, con un desnivel acumulado de más de 500 metros, pasando por el tramo de calzada romana que se conserva en la actualidad y el aludido Puerto del Rey.

Nada más pasar el pequeño pueblo de Miranda del Rey, seguí un camino hacia la derecha, en muy buen estado, que me llevó hasta una barrera en la que se inicia el parque natural de Despeñaperros. Allí estacioné el vehículo y contemplé a unos cientos de metros, a mi derecha, la pequeña meseta de la Mesa del Rey, ahora totalmente cubierta de pinos, pero que en los tiempos de la batalla estaba poblada por algunos árboles y monte bajo, lo que permitía el movimiento de los caballos de guerra.

En una hora de camino se llega al punto más simbólico de toda la ruta: la calzada romana del “empedraillo”. Se trata de un tramo de unos 100 metros de calzada, medianamente conservados, que fueron recorridos por las tropas cristianas bajando desde el Puerto del Rey. Allí me pareció escuchar el golpeteo de los cascos de caballos y acémilas contra las piedras del enlosado camino. También me vino a la memoria que era muy posible que entre los miles de soldados que por allí transitaron se encontrara alguno de mis antepasados, ya que mi pueblo natal fue repoblado por los vencedores de la batalla. Ese mismo recuerdo tuvimos mi hermano Jesús y yo hace unos años, cuando visitamos por primera vez aquel tramo de calzada.



Con Jesús, pisando por dónde ya lo hicieron nuestros antepasados.


Aquí termina la ruta señalizada, pero el camino continúa en dirección al Puerto del Rey, siguiendo el trazado de la que fuera calzada romana, cuyos restos parecen adivinarse en algunos tramos. El aludido puerto es ahora un cruce de caminos en el que ninguna señal recuerda que por allí pasaron los cruzados (porque hemos de recordar  que el Papa llamó a la Cruzada para la expulsión de los almohades del territorio peninsular). El único cartel allí colocado marca las distancias hasta la aldea de Magaña y al Puerto del Muradal, punto en el que estaban las tropas estancadas por  la férrea  defensa almohade en el Paso de la Losa. Desandando el camino efectuado por las tropas cristianas llegamos hasta la Peña de Malabrigo, cuyo punto culminante está situado a 1.183 metros de altitud, habiendo allí ubicada una caseta de vigilancia de incendios, aunque la señal del vértice geodésico está situada al este de dicho punto, en sobre una prominencia rocosa, alcanzando los 1.159 metros.


Este saludo no podía faltar.

Desde el vértice geodésico hay unas inmejorables vistas del Puerto del Muradal, así como del entorno en el que se desarrolló la batalla. En el aire aún flotaban las palabras pronunciadas el día 13 de julio por Alfonso VIII diciendo que había que atravesar el Paso de la Losa a cualquier precio, temeroso de que una retirada provocara una deserción masiva de tropas, y también el esperanzador mensaje que trajo un pastor ese mismo día, afirmando que al oeste había una antigua calzada por la que podrían descender de la sierra, evitando las posiciones defendidas por los almohades. Una vez comprobado que el paso era seguro, todo el ejército se encaminó por la ruta señalada por el pastor.


El Puerto del Muradal, visto desde el vértice geodésico de Malabrigo.

Encaramado en el vértice, con la mirada clavada en dirección sur, me fue fácil imaginar el destello de los aceros agitados al viento en la feroz batalla, los gritos de dolor de los contendientes, los relinchos de los caballos heridos, y la sangre regándolo todo. Es curioso que poco antes de llegar a la Peña de Malabrigo, encontré una florecilla sobre el camino pedregoso que atraviesa el monte, y me reconfortó pensar que en el mismo camino que habían pisado miles de soldados cuando iban a dar o recibir la muerte, ocho siglos después la vida se abriera paso.



Viajero, cuando pases por La Carolina y veas un colosal monumento con los rostros de los protagonistas de la batalla junto a la estatua de un pastor señalando el camino; piensa que aquel 16 de julio de 1212 se escribió una de las páginas más decisivas y sangrientas de la historia de España, en la que se inició el declive de los ejércitos musulmanes,  que en los siguientes cuarenta años perdieron casi todos los territorios que les quedaban en Andalucía, llegando su definitiva derrota con la conquista de Granada en 1492 por los Reyes Católicos.


2 comentarios:

  1. Impresionante crónica... realmente me has hecho sentir en mitad de la batalla. A partir de ahora celebraré doblemente ese día ;-)

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    1. Muchas gracias por el comentario. Te recomiendo que pases por allí, preferentemente un 16 de julio (aunque ese día seguramente estés muy ocupada).
      Por otro lado, creo que es importante que seamos conscientes de la importancia del acontecimiento, que nos debe hacer reflexionar sobre que nuestro fugaz paso por este mundo es el resultado de muchos siglos, incluso milenios, de penalidades de nuestros antepasados. De hecho, en caso de encontrar un trilobites en el campo, deberíamos cogerlo con suavidad, darle un beso y decirle: gracias taaaaaatarabuelooooooooooo, y después despositarlo en el mismo sitido (porque lo que nunca podemos hacer es recogerlo.

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