lunes, 1 de abril de 2013

EL NOVIO DE LA MUERTE


El pasado jueves estuve presente en los actos de la procesión del Cristo de la Buena Muerte en Málaga. No se trata de una estación de penitencia, como las llaman allí, al uso, sino que cuenta con un detalle singular: la presencia de La Legión.

La Legión no es un cuerpo militar más, ya que su historia esta jalonada por actos heroicos en el combate y su espíritu de sacrificio muy superior al de la generalidad de las unidades militares; lo que la ha llevado a desempeñar siempre las misiones más duras y peligrosas.

De cara a la población civil, se caracteriza por ese aire descuidado en la uniformidad, con el pecho descubierto, los tatuajes, las luengas barbas y la camisa arremangada; así como la vistosidad de sus desfiles, con un ritmo de 160 pasos por minuto (el resto de las unidades desfilan a 124) y la interpretación de su canción más carismática, El novio de la muerte, mucho más conocida que el propio himno de la unidad, la Canción del legionario. Curiosamente aquélla nació como un cuple, que fue estrenado en el teatro Vital Aza de Málaga en 1921. El fundador de La Legión, D. José Millán Astray y Terreros escuchó la canción e hizo que se adaptara la partitura a una marcha.

Las unidades militares siempre se han caracterizado por tener himnos que al ser cantados refuerzan en valor de las tropas. Se dice que cuando se entra en el combate cantando el miedo se disipa. La fuerza emotiva de los himnos va en consonancia con el riesgo que suele afrontar cada unidad: a más peligro, canciones más cargadas de simbolismo.

La primera vez que escuché una composición interpretada por fuerzas militares que me impactó poderosamente se remonta a un cuarto de siglo atrás, en el acuartelamiento de la Brigada Paracaidista en Alcalá de Henares y se trataba de la Oración paracaidista. Aquellos versos se me quedaron grabados en la memoria: Porque queremos ser el mejor soldado de la patria; porque tenemos sentido del riesgo, cara a la muerte. Porque nos sacude el alma, ante un abismo abierto, con su ingrata incertidumbre… 

La fuerza, disciplina y perfección de los actos castrenses de los paracaidistas no tienen nada que envidiar a los de los legionarios, no en vano la Brigada Paracaidista salió del seno de La Legión en 1953 y se pueden comparar en sacrificio, actos heroicos y dureza del entrenamiento (ahora lo desconozco, pero en aquellos tiempos raro era el año que no fallecía algún caballero legionario paracaidista a consecuencia de un salto en paracaídas).

A lo largo de los años, he asistido a muchos actos de otras unidades militares que me han gustado de forma desigual, con sus desfiles e himnos incluidos, pero ni punto de comparación con aquellos actos de los paracaidistas y el que ahora he presenciado de los legionarios.

La relación de La Legión con la procesión del Cristo de la Buena Muerte se remonta a 1927, cuando hicieron la primera guardia al Cristo, participando por primera vez en la procesión en 1930. Esa vinculación se reforzó aún más en la década de 1960, cuando quedo instaurada la costumbre de que en los acuartelamientos de todos los tercios de La Legión exista una imagen del Cristo, que es considerado el patrón de los legionarios. En los últimos años la participación de los legionarios en los desfiles procesionales se ha extendido hasta tal punto que son compañías enteras de los distintos tercios las que acuden a varias localidades, incluso desfilando varios días seguidos.

Es de reseñar que en todos los actos del Jueves Santo de Málaga, la devoción cristiana queda en gran medida eclipsada por la marcialidad de los legionarios; desde la perfecta formación que se acercaba al puerto sobre la cubierta de Contramaestre Casado, pasando por el descenso a paso ligero por la pasarela, el desfile por las calles de la ciudad hasta la iglesia de Santo Domingo y el acto del traslado del Cristo desde la iglesia hasta colocarlo sobre su trono en la sede de la cofradía. Durante ese traslado se produce la famosa escena de la cruz portada en alto por los brazos extendidos de los legionarios mientras cantan El novio de la muerte. Pero en este acto el público está demasiado lejos para poder apreciar los gestos, el movimiento de las gargantas, la mirada al cielo de los legionarios, ya que sólo unos privilegiados pueden estar cerca de la escena y los demás nos tenemos que conformar con verla a varios metros de distancia.

Los legionarios interpretando El Novio de la muerte durante la procesión.

La grandeza de la interpretación de El novio de la muerte viene durante la procesión que se inicia al anochecer. Aquí el público puede disfrutar del paso de los legionarios a centímetros de distancia y sentir como se erizan los vellos escuchando: Por ir a tu lado a verte, mi más leal compañera, me hice novio de la muerte, la estreché con lazo fuerte y su amor fue mi bandera. Al terminar la interpretación, casi todo el público, yo incluido, rompimos en un sonoro aplauso mientras los legionarios permanecían inmóviles en su posición con el arma al hombro; lo que no impidió que uno de los que estaban frente a mi tragara saliva, solo permitiendo que ese movimiento de la nuez delatara su emoción. Ese instante fue el más grandioso de toda la jornada: unos legionarios que conmueven al público, que muestra su agradecimiento en un intenso aplauso, que es recibido por los legionarios con emoción.

Otra circunstancia que me llamó poderosamente la atención es el contraste entre la marcialidad, disciplina e inmovilidad de los legionarios en comparación con la actitud de algunos cofrades, que durante las paradas hablaban entre ellos y con el público, acercándose unos a otros, rompiendo la formación; cuando a escasos metros de distancia, los legionarios permanecían perfectamente formados, con la cabeza alta, hieráticos, sin mover un músculo. Hay que estar a lo que se está.