domingo, 21 de febrero de 2016

SE PILLA ANTES A UN MENTIROSO QUE A UN COJO




   Antes de nada quiero advertir que las opiniones que vierto en este artículo no tienen el ánimo de ofender a ninguna persona, religión o ideología y que unicamente vienen movidas por la aspiración de conocer la verdad en algunos temas que desde siempre han estado sujetos especulación, que solo me faltaba que alguien se querellara contra mi modesta persona por ejercitar mi derecho constitucional a la libertad de expresión, respaldado con datos históricos y pruebas indiciarias.

   Viendo un documental de La 2 ha salido lo que se supone que es un clavo de los empleados en la crucifixión de Jesucristo de los encontrados por Santa Elena en su búsqueda de reliquias.No es que tenga yo mucha experiencia respecto al hallazgo de objetos con valor histórico, pero lo que si poseo es la capacidad de razonamiento que me lleva a deducir lo que es imposible o, cuando menos, de dudosa certeza.

   Respecto al clavo, resulta que el mismo está perfecto, sin ningún signo de haber sido enderezado y además no es demasiado largo. Los clavos utilizados en las crucifixiones eran lo suficientemente largos para atravesar el madero, siendo doblada su punta para evitar que con el peso del cuerpo se salieran del madero, de lo que deduzco que esa reliquia es más falsa que una moneda de tres euros. Está claro que Elena de Costantinopla se marcó como objetivo la búsqueda de la cruz donde Jesucristo murió y no iba a parar hasta encontrarla, y para ello demolió el templo erigido a Venus en el monte Calvario, haciendo cavar hasta que encontran la cruz, que indudablemente tenía que aparecer. Se cuenta que durante la excavación se encontraron varios maderos pero para determinar cual era el verdadero se los hizo tocar a una persona muy enferma y la pieza de madera que lo curo fue proclamada como el verdadero madero de la crucifixion. Vamós, que me recuerda a las pruebas de la medieval “ordalía” o “juicio de Dios”, utilizada para demostrar la inocencia sanando milagrosamente de las quemaduras producidas al sumergir la mano en aceite hirviendo o sujetando un hierro candente, en el que quedaba demostrado el buen criterio de los juzgadores, ya que del resultado del juicio todos saldrían como culpables.

    Pero la supuesta falsedad por excelencia que siempre me han llamado la atención ha sido el descubrimiento de las pinturas rupestres de la cueva de Altamira, supuestamente descubiertas por la hija de Marcelino Sanz de Sautuola y de la Pedrueca, a la sazón tatarabuelo de la actual presidenta de un afamado banco. Pues bien, Marcelino era un aficionado a la arqueología que llegó a visitar la Esposición Universal de Paris de 1878, en la que pudo observar numerosos hallazgos prehistóricos. Lo increíble de la su historia es que precisamente al año siguiente su hija María, de ocho años, realizara una visita con el padre a la cueva de Altamira y descubriera el gigantesco espacio dedicado a las pinturas realizadas en el techo de una de las galerias, haciendo público el hallazgo en 1880.


Pinturas rupestres de La Calderita, en La Zarza, que se pueden visitar libremente.


   No soy un experto en pintura prehistórica, pero si que conozco algo de comportamiento humano, y lo que no me cuadra es que un aficionado a la arqueología que recorrió completamente la cueva en 1875 no se percatara de que a escasos 15 m de la entrada el techo de la misma estaba plagado de pinturas, en lo que constituye el mayor exponente de pintura prehistórica existente en el mundo, sino que ese descubrimiento lo realizara una niña de ocho años casualmente dos años después de que su padre visitara la Exposición Universal de París. Pero no solo soy yo quien duda de la realidad de ese descubrimiento 135 años después, sino que desde el primer momento autoridades en Prehistoria, encabezados por Gabriel de Mortillet y Émile Cartailhac rechazaron que las pinturas de Altamira fuesen obra del hombre prehistórico, llegando a acusar a Sautuola de haberlas pintado recientemente, ya que ni la técnica, ni el color tan nítido a pesar de los años, podían ser naturales. A esa tesis se unieron españoles como Eugenio Lemus y Olmo, Ignacio Bolívar, Manuel Antón y Ferrándiz, Eduardo Reyes y Próper o Ángel de los Ríos y Ríos. Bien es cierto que el Sr. Cartailhac años después rectificó y admitió la autenticidad de las pinturas, y esta rectificación ha sido el argumento principal de una reciente película para abogar por la autenticidad de las pinturas. He visto esa película y los argumentos que se exponen en ella no me han convencido, sino todo lo contrario. A modo de ejemplo citaré la escena en la que el paleontólogo francés Edouard Harlé visita la cueva y comprueba que la pintura estaba fresca (digo yo que en 15000 años habría tenido tiempo de secarse, pese a que en la cueva exista humedad). Indagando sobre el tema, he encontrado que se utilizó el método del carbono 14 para la datación de las pinturas, aprovechando que para el color negro de las pinturas polícromas emplearon carbon vegetal. Esa prueba solo demuestra que el carbón tiene esos miles de años, no que se empleara en aquellos tiempos para pintar, ya que sería posible que el eventual falsificador hubiera utilizado un trozo de carbón vegetal recogido de los restos de una hoguera en el suelo de la cueva, de los que encontró abundantes restos Harlé en su visita a la cueva. En el mismo sentido, este paleontólogo no apreció restos de humo en el techo, de lo que dedujo que si el humo se había borrado, también deberían haberlo hecho las pinturas.
 
Pese a todas estas reticencias, el reclamo de la cueva sigue funcionando con acceso restringido para evitar el deterioro de las pinturas (otro indicio más de su falta de antigüedad, porque si tuvieran 15000 años no se deteriorarían tanto por las visitas, ya que hay muchísimas pinturas rupestres en abrigos o incluso a la intemperie que se conservan perfectamente), accediendo un día a la semana cinco personas entre por sorteo entre los visitantes al museo de ese día (que por supuesto es de pago), lo que sin duda supone un fuerte aliciente para comprar la entrada. ¡Poderoso caballero es don dinero!